domingo, 29 de noviembre de 2015

HAPPY BIRTHDAY EN COMISARÍA...

Hoy, por primera vez en mi vida, he celebrado mi cumpleaños comiendo en un muelle mientras veía focas saltar en busca de peces, me han escrito happy birthday con chocolate líquido en el plato, y he terminado el día con chanclas en la playa, junto con un grupo de namibios la mar de simpáticos que me han enseñado distintos tipos de medusas. Se me han sonrojado las mejillas y, aunque no he soplado las 35 velas (porque no había), he sentido que los vientos africanos me traían el calor de todos los míos. De los de siempre, de los que vinisteis luego, y de los que tuve la suerte de coincidir por el mundo. Me lo he pasado chachi y me he sentido feliz, y eso no me lo estropea nada ni nadie.

Pero la fiesta de mi primer cumpleaños africano comenzó ayer, y fue una fiesta "sorpresa" en toda regla... Ésto ni se lo creen, señores. Tras pasar un fantástico día viendo flamencos sobrevolar la laguna de Walvis Bay, regresamos a casa con el sabor alegre de un Sauvignon Blanc en nuestras lenguas de trapo. Descansamos y nos tiramos en el sofá como cualquier tarde ociosa de sábado o domingo, con una peli mala y manta hasta la garganta. Casualidad, echaban en la tele una de tiros, y puede que eso explique el por qué no nos enteramos de nada...

Total, que aunque yo siempre me acuesto más bien tarde, la boca se me llenó de bostezos con tanta bala, y decidí retirarme a la cama en busca de Morfeo. Mi ritual será parecido al de cualquiera de ustedes: cepillado de dientes, pijama y brazo sobre la almohada, pero imposible conciliar el sueño. Notaba cómo una brisa marina entraba por algún lado, así que me levanté a ver qué pasaba (por supuesto lanzando juramentos contra mi marido porque, ay qué ver este hombre, que no cierra la ventana, si es que...) y vaya susto. Faltaba el cristal entero de una ventana y se me encendió el modo pánico ipso facto. ¡¡¡Carlos, que aquí falta un cristal!!! Y Carlos aparece en la habitación como un miura, pensando que su mujer, o sea la menda, se ha vuelto tarumba.

Hago recuento y noto que nos falta la tablet, mi ebook (menuda tragedia) y la funda del ordenador de Carlos que, para colmo, al final nos decantamos por la Samsonite. Vamos, que no costaba cuatro perras... Llamamos a los de la alarma (que se nos había pasado conectarla, ejem), y al de dos minutos aparecen seis agentes de policía, vestidos cada uno a su manera, que poco tienen que ver con el CSI de la tele. Ni coger huellas ni ná, si total es tontería... Eso sí, se tiraron en casa como dos horas, dando vueltas con una linterna, anotando qué sé yo en una pequeña libreta y arreglando el desaguisado de la ventana. Cuando se fueron todos los agentes, nos entró un ataque de risa que se nos ha cortado de cuajo esta mañana, al percatarnos de que también se llevaron la cámara de fotos. Jo-der...

Pero en fin, como una vez leí o escuché en alguna parte, los objetos nunca nos pertenecen del todo; simplemente son cosas que pasan por nuestras vidas para después morirse, perderse, desaparecer, o acabar en manos de otro... Pues en manos de otro estará mi cámara haciendo click a un elefante, en manos de otro pasará sus páginas mi ebook, y en manos de otro se bloqueará mi tablet, que tenía contraseña: ¡ja!, ¡ahí te pillamos, ladronzuelo!

Sin la esperanza de que aparezcan, mañana iremos a comisaría a presentar la denuncia formal, y a ver si suena la flauta... Aunque yo prefiero pensar que, sea quien sea quien lo haya cogido, lo necesita mucho más que yo. Llámenme ingenua...

Por cierto, si aún están a tiempo, no se olviden y brinden por mí con una copita de lo que sea, que ya nunca más cumpliré los 35: el año en el que me robaron, en un rincón de África, más el corazón que la cartera.




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